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La mujer

Porque no duerme
juega a creer que todos en el silencio de
                                                 la casa
se apagan para que la luna
obtenga el permiso para entrar.


De rodillas frente a la ventana
toma conciencia de su piel,
del hoyo en el brazo por la vieja quemadura.


(La abuela le decía ante las velitas
que si soplaba fuerte crecería más rápido)
— Debo haber soplado muy fuerte—
piensa
y mira hacia abajo pero no hay hormigas,
sólo un muslo blanco
como las calas de la tía Flora
hundiendo el invierno sobre la mesa.


Con la primera claridad la mujer
ve despeñarse, sin perder —sin ganar,
una a una las estrellas.
— Un corto, blanco resplandor— se dice,
siempre es un resplandor.
Como aquel tramo de río a atravesar.
Como el dibujo de una flecha
                                         en el aire.

 
 
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