Pinta tu aldea
Y ni siquiera pude pintar mi aldea.
Apenas unas casas ocre
y bermellón
y el color lacerante de un mismo cielo
para alguna
taberna.
El dolor de atisbar algo más
que estrellas pensantes
en la noche.
Las paredes que siempre crujen
cuando son más gruesas
y el árbol que soporta nuestra indiferencia
porque sabe que no sabemos su historia
ni la nuestra.
No es pincel suficiente la cordura
y la locura trae otra ventana
pero no ésta,
con sus celosías gastadas,
cuya luz es la única que propusimos pintar.
Hay un sendero y una cara de niño.
Hay siempre, siempre una canción
de amores vencidos por el tiempo
y hay frutas para Cézanne
y una lata oxidada.
Hay un sueño flotante de reyes todos locos
porque de no ser locos
hubieran dejado la corona deslizarse
enhiesta, río abajo.
Y siempre un sueño remoto de poetas al sol
con un ojo hacia el abismo
y un pie desesperado entre las zarzas.
Cómo pintar una aldea,
a veces aldea, a veces máscara
incierta de ciudades dormidas
bajo sus aparentes despertares.
Con qué mano, con cuál,
con la de una "silla rota"
o con aquella que pintó un bisonte
color pardo en nuestra cueva.
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