Isla Tortuga
Me despierto feroz esta mañana,
con ganas de amor y desayuno de campo.
Me apodero de la ciudad
abandonada a los pájaros como un
pueblo costero después de una tormenta,
y pienso en lo que queda:
un promontorio,
un refugio áspero al que visita
un cartero con la bolsa vacía
y juega a los dados en la penumbra de la
cocina.
No espero nada del verano.
No espero nada del poema.
Hay que pintar esa puerta herrumbada
y contarme algún cuento de cuando
los piratas eran serios, señores de palabra
seca
y corazón ablandado como una ciruela
dentro del jarro de ron.
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