Dispersión
Me subo a la única colina que existe en esta ciudad
—
la de la imaginación—
y grito
(es un ejemplar curioso de grito,
una violencia estéril que cae a los tumbos
como un barril y no deja ecos)
Todo es intolerablemente ambiguo,
no hay objetos tersos, resplandecientes,
pero tampoco historias para contar.
Bajo a la hora de la cena,
cuando las luces se encienden en el hollín.
“La espera debe convertirse en algo más sólido”,
explica el aire a mi paso
y el tambor que suena es tan agrio
como el vino que queda, tan pensativo como la vejez.
La lluvia parece reconcentrarse
sobre pueblos ausentes en días de mercado
y una nutria se seca
en esa foto que una vez te mostré,
combada por la inutilidad y el espejismo. |