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Esa chica flaca con el palito en la tierra,
no escribe su nombre.
Escribe lanza, cielo, viento, escribe gato.
En los canteros de la calle en su ciudad
o en esos pueblos de la provincia de Buenos Aires
donde la vida se aprende de memoria,
donde los tíos encienden las luciérnagas
en la galería asomada al verano cerca del membrillar.
Más cerca del mundo,
quiero estar más cerca del mundo y contar un cuento
imposible de contar.
Los trenes interceptan los días como un ritual de paso
y el viaje se instala en su vida como destino
(no sólo como deseo).
El viaje para correrse de sí misma, el viaje
para encontrarse.
Allí donde el dolor no se anestesia sino que se pinta
de amarillo (como aquella luna de Chamical)
o se fuma, como tabaco de hoja, junto a un botero
que pregunta por el frío.
Esa chica flaca, de ojos agrisados por la llanura,
mira cómo
la tierra cubre sus zapatos blancos
y también sus historias.
Palabra sobre palabra, serán guardadas
en la garganta,
inmóviles, definidas, hasta que escampe el sueño.
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