III
Puerto Viejo
es el nombre del café y hay un hombre en el fondo
fumando en pipa.
Las ciudades se definen en sus puertos
(o en su carencia), pienso,
en lo inexcrutable de los extravíos y la espera.
Me inquieta este antiguo golpe del corazón,
esta mirada directa de cuando era chica,
que partía en dos los secretos de gente muy quieta
en las habitaciones silenciosas del verano.
Perro entrenado para escribir la luna,
la espero en la huída de esta tarde, frente a las tipas de
la ventana, como si fuera un puente tendido expresamente
para no regresar
(lo demuelen después que paso, sin ceremonia.)
En este pequeño sitio debo construir algo que se anude,
como un puerto a la ciudad.
Y digo puerto como digo abrigo, como digo existencia,
erguida sobre la memoria, orgullosa
como la pintada sobre la pared de la fábrica.
¿Qué es escribir sino modificar la respiración
de las ciudades?
El hombre de la pipa ordena sus cosas para partir.
Tiene ojos duros, como cristales de botellas,
preparados para el calor y la soledad:
un personaje de London en el trópico, de camisa gastada
y manos bruscas.
¿Debo averiguar su historia o inventarla?
Mientras la noche viene, me cambio de mesa
para aspirar mejor el olor de la pipa que flota todavía
como un barco fantasma, sobre las historias muertas,
caídas de bruces sobre los papeles.
“El zorro se comió a la fábula”, me grita,
la pared. *
* Pintada de Los Sujetos, Buenos Aires, 1992 |