Mayo
a la memoria de mi madre
Escribir es demasiado duro, no me fuerces
a escribir.
En su lugar caligrafío palabras: helecho, ámbar,
persiana (del todo baja a la hora de la siesta.)
Amar es demasiado difícil, no me obligues a amar.
Te dejé, como pediste, en una ciudad de juguete
abrazada a tu melancolía, esta vez dulce, esta vez falta
de argumentos mendigos.
¿No es eso amar?
Comprender tu enojo, tu dedal prisionero sin rescatarte
(ah, no me era posible, nunca fue posible.)
El cielo es un espejo empañado, el viento mudo;
te dejan en un embarcadero
mientras aliso mi pelo para un largo invierno.
Si odiabas mis palabras
porqué pedirme que escriba, ahora que no estás.
Me inclino sobre la mesa y busco en mi orgullo
una oscilación que sirva (otro riesgo,
otra derrota, otro salto) para el susurro del mundo
sobre el papel.
Algo de lo que me fuera destinado.
Esa ciudad de tinta y torres que te excluía.
Te preguntabas qué buscaba.
Me vestías de terciopelo azul para una eterna fiesta
y mi cuerpo soñaba con la desnudez
en praderas difíciles de recorrer, entretejidas de luz,
de
soledad y de un viento que habla
sólo a los que acuden humildes, semiasfixiados,
a su casa.
El cielo es un espejo empañado, el viento mudo;
te dejan en un embarcadero
mientras aliso mi pelo para un largo invierno.
La eternidad es el tintero involcable
(que conseguí volcar)
y mis pies que intentan la belleza, con las
zapatillas de danza, sobre una madera cansada.
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