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VIII

Vendrán. Vendrán despacio
y mirarán por el ojo de la cerradura.
Esto es tan inevitable como una bahía.
Tan cierto como ese mar bramando
contra la ciudad
como un huésped innoble.

Díganme que no es cierto
y pueda amar
una mentira por esta única vez.
Que pueda morder la piedra
sorbiendo una ciruela
y me crea una reina resentida
y altiva
al que nadie, aunque quiera, ignorará.

Pero vendrán a olvidarme.
Robarán un pisa-papel
la fragilidad de aquella noche
y alguna frase tonta
disparada al azar hacia Montale.

Y si quisieran. Si hubieran querido
habríamos hablado juntos
de los hombres de rodillas sobre
chapas de zinc
intentando volar como aviones desahuciados.
Y hubiéramos construído un nuevo hangar
para guardar sus alas.

Todo es tan simple en los finales.
Debo beber café
y no perder la compostura.
A los magos se aplaude.
A los magos se abandona después
con conejo y galera,
para ver si es cierto que sobreviven:

A tantas canillas abiertas.
A tanto sombrero colocado prudentemente
sobre los ojos
para no ver el viento llevarse la levita
sobre tientos y pianos,
al mejor estilo de Breton.

 
 
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