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He llegado a este puerto en día de fiesta.
Saboreo mi abadejo en las mesitas al aire libre
junto a las familias de los pescadores.
Me regalan un erizo y unas gencianas,
que me recuerdan a Emily (que nunca vió el océano
salvo en la navegación de su alma).
Dar con las palabras que te expliquen
esta felicidad y la conviertan en ofrenda
es un trabajo peligroso.
El amor siempre se acostumbra a las curaciones:
las ventosas sobre la piel, dolorida por las derrotas
que queman como el hielo.
No soportarás este seco olvido de nuestros muros,
esta solitaria euforia que danza.
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