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Casi siempre llego a los pueblos al atardecer.
Cuando suena alguna campana de iglesia, se vacían
las calles y los pájaros ya alisaron sus plumas de dormir.
Entro como un conquistador furtivo,
sin intento alguno civilizador pero orgulloso de su linaje.
Posada, comida, lavado, zapatero a la vuelta.
El orden del mundo es un esmeril
que me refleja cuando apago el farol
(o la vela o el interruptor)
Recibiré a las sombras como un premio,
como una respuesta.
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