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La ciudad ha sido destruida por un huracán
sin nombre.
Seres silenciosos trabajan entre los escombros
doblados en dos como los sastres de mi infancia.
_No hubo muertos- me dice un hombre escuálido
de ojos de sombras, cerca de una laguna negra.
Y una triste euforia se extiende hacia la playa
buscando un centro perdido.
Allí me sentaré, sobre lo que queda de una puerta,
a reunir esta vez los escombros de mi voz:
Trapos desteñidos en la obsesión del viento
que no me habla.
De invierno la ciudad, de invierno mi estación
y la larga espera del barco que me traiga las palabras.
Que se llame Fuego el huracán, que se llame Zama
-del cuarto de la luna cuelgan los poemas
que quiero alcanzar-
Que no se llame Olvido, que no tenga mi nombre.
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