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Abro las puertas imaginarias de esta ciudad
desconocida
como quien avanza a tientas en la noche,
tropezando con los vidrios rotos y los sueños intactos
y los ojos turbios de los serenos.
Como quien arrebata un corazón, siempre fue así:
me cargo de lenguaje para buscar fantasmas culposos
en el mapa.
Obstrucciones de memoria, golpes de efecto,
la soledad íntima ayuda a extraviarse mejor en el país.
Los gatos no dejan su sonrisa colgando
del vacío en este cuento, pero sí una oración,
una oración (la frase y el rezo)
que arderá por siempre detrás de la Aduana
y los ciruelos.
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